Les compartimos una reflexión de María José Tellez, instructora de yoga, psicóloga y mamá, sobre cómo el hecho de convertirse en madre le cambió la vida y de qué manera la práctica de yoga se ha incorporado a esta nueva etapa que comienza.
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La maternidad lo cambia todo, eso no es novedad y como cada experiencia es distinta, solo puedo hablar desde mis zapatos.
Hace 3 años mi vida era otra: entrenaba cinco días a la semana, incluso a veces seis. Crossfit, funcional y yoga. Mi vida era movimiento y experimentación; me ponía a prueba y sentía cómo mi cuerpo progresaba. Mi mente incorporaba nuevos aprendizajes, esta vez desde lo corporal.
¡Qué vida! ¡Qué organizados mis días! Ponía especial énfasis a los momentos de autocuidado, esos que, después de una adolescencia difícil, mi adultez finalmente empezaba a disfrutar.
Como la vida da vueltas y acelera el paso para los cambios, quedé embarazada y con ello llegó una pausa obligada que no tenía contemplada.
Mi mundo y en especial mi relación con mi cuerpo cambió. Nunca me sentí tan cansada como en esos 9 meses, por lo que tuve que detener todas las actividades que me encontraba realizando.
Los meses siguientes fueron intensos y hermosos, pero empinados. Comencé a ver la vida desde otro punto de vista, desde dentro y fuera en simultáneo. Necesitaba detenerme.
En ese momento fue que el yoga se hizo muy necesario, urgente quizás. Ya no necesitaba de un entrenamiento funcional o levantar pesas, ni sentirme fuerte, ya lo era. Necesitaba volver a sentirme yo, en esta nueva versión.
Frases como “5 minutos igual sirven” o “movilizar energías” empezaron a tener sentido, pero me vi sola y después de muchos años, ya no quería estarlo. La maternidad mueve tantas cosas del pasado, del presente, la propia sombra, que sentí que no me la podía sola (me refiero a la práctica). Pedí ayuda, volví a ser alumna y me dejé guiar. Empecé a salir de mis aguas en movimiento, para aprender de la calma de otros. Brotaron emociones y despertaron los músculos.
Y aquí estamos, aprendiendo a ser yo, aprendiendo a ser las dos, aprendiendo a ser los tres.
Actualmente, busco participar de una clase antes que darla y prefiero buscar todo apoyo o soporte que me abra la mente, el cuerpo y corazón. Y no estoy sola, mi hija Lara, de dos años, observa, participa, aprende, imita, se ríe, se sube encima, va y vuelve. Se enoja, se calma. Experimenta, abandona. Reconoce. Descubrimientos y herramientas que espero le sirvan, como a mí me sirven.
Les comparto un par de ejercicios que se transforman en juegos, algunos desafiantes y otros no tantos.
Apertura de pecho. Postura reveladora y desafiante. Aprendes a abrir y confiar; sientes las pulsaciones del corazón, mientras tu espalda descansa y se acomoda en la rueda.
Plancha. Este es un ejercicio dinámico, ya que, al apoyar la rueda en las piernas, permite elevar las caderas, y trabajar core y fortalecimiento de brazos. Y qué hablar de la concentración. Recuerda empujar el suelo, abrir escápulas y Uddiyana bandha.
Paro de cabeza. Excelente ejercicio de confianza, que sugiero que, si estás empezando, ve con calma y escuchando el cuerpo. Puedes ingresar de varias maneras, pero la que me gusta es, desde la postura del delfín y sujetando bien la rueda, apoyas codos alineados con hombros. Avanzas con los pies hasta que la cadera se encuentre a altura de cabeza. Recuerda que el cuello debe este derecho y no sentir dolor. Elevas un pie y luego el otro. Mantienes. Firme. Respira.