El otoño es una época del año muy especial para la naturaleza. Entre el 20 de marzo y el 21 de junio, es decir, durante 92 días, el clima cambia y muchas plantas experimentan una transformación asombrosa que, en este lugar del mundo, nos cautiva con los bellos colores rojizos y anaranjados de sus hojas. Cada año, árboles de distintos tipos secan sus hojas y las dejan caer. ¿Por qué pasa todo esto?
Al disminuir la intensidad de la luz del sol durante este periodo de tiempo, ocurre que, los árboles y arbustos caducifolios, activan un mecanismo químico de autoprotección.
Como sabemos, las hojas cumplen un rol fundamental en el proceso de fotosíntesis de las plantas. Son las responsables de capturar la energía del sol, necesaria para producir las moléculas esenciales que estos organismos necesitan para realizar sus funciones vitales.
La tierra en estos meses se va alejando del sol y, como consecuencia de la menor radiación solar, las plantas detienen naturalmente su fotosíntesis, frena este proceso químico interno para concentrar su energía en otras funciones.
De este modo, las hojas dejan de ser necesarias y comienza otra etapa llamada abscisión. La planta detiene la producción de clorofila, degradando la pigmentación verde, lo que hace que comiencen a aparecer los colores rojizos, amarillos y naranjos que caracterizan a la naturaleza del otoño.
Todas estas transformaciones de la naturaleza, por supuesto, también afectan a los seres humanos. La menor cantidad de horas de luz, la disminución de la temperatura y, en definitiva, una energía solar más tenue, nos genera cambios, también, en nuestro ánimo y estado de conciencia.
Pareciera ser que las plantas y sus hojas que caen, nos estén indicando, de alguna manera, el camino que debiéramos, naturalmente, seguir las personas con nuestros pensamientos y actividades diarias. Una forma de decirnos que, cada cierto tiempo, debemos calmar nuestra mente y concentrar nuestro foco en el presente para, así, actuar con claridad y renovar energías positivas hacia lo que viene.
Tal como las plantas, las personas debemos ser conscientes de estas transformaciones naturales, no solo para estar bien abrigados y no enfermar con los constantes cambios de temperatura, si no también para aprovechar la ocasión para meditar y observar nuestro interior.